Vendetta crema en La Victoria

Nada más inflamable que un equipo herido en su honor luego de un papelón ante sus hinchas. Nada peor, en un campo de juego, que enfrentar a ese equipo y que se llame Universitario de Deportes. Ha llovido desde entonces, por lo que esa sed de revancha solo se ha ido macerando. 140 días pasaron desde ese 1-4 en el Monumental: una derrota, un baño futbolístico, un bochorno que le costó el puesto a un entrenador, una fecha marcada en el calendario.

El escenario de la vendetta, inmejorable. Matute, la casa del rival de toda la vida, una olla a presión. El momento, ideal. Alianza Lima, uno de los equipos más sólidos del campeonato peruano, no podía darse el lujo de tropezar, y menos ante la ‘U’. Eso lo sabían los cremas, que salieron a jugarse la temporada en el que sería un partido áspero, tenso, mucho menos vistoso que entretenido.

En La Victoria, se robó los titulares desde hace algunos días Jefferson Farfán, un protagonista improbable del Clásico del fútbol peruano. Convocado después de casi un año, el ídolo aliancista generó todavía más expectativa, lo que se pudo confirmar cuando apareció, como Moisés en el Mar Rojo, entre el público de su estadio en las horas previas al partido. Pero esa fue, valgan verdades, su única aparición digna de ser recordada esta tarde: en la cancha, cuando tuvo la oportunidad de tocar el balón, ya estaba todo perdido.

Garra y venganza

Alianza, empujado por su público, intentó llevarse de encuentro al rival ni bien empezó el partido. Unos buenos minutos de Benavente -por lo demás, intermitente, como casi siempre- y alguna jugada interesante de Lavandeira y Concha ilusionaron a la hinchada íntima, pero el fuego se apagó muy pronto. Lo apagó, en realidad, Universitario, que, aunque perdió a uno de sus líderes en la primera jugada del partido (Alonso se lesionó en el arranque), supo aguantar la primera ola sin ahogarse.

El primer tiempo pasó en silencio, en cierta medida gracias a los dos arqueros, y el olor a 0-0 final era embriagante. Hasta que apareció Leonardo Rugel, en su primer Clásico, en un partido que no tendría que haber jugado, para silenciar, por lo menos durante unos segundos, a un estadio. O a medio país. Campos dio un rebote luego de un cabezazo de Quina y el defensa se encontró con un regalo, con un milagro, con una oportunidad de vida. La empujó de zurda: un momento que recordará para siempre.

El gol no despertó a Alianza, sino que envalentonó a la ‘U’. Cuando Farfán ya se acomodaba las medias y Matute se ilusionaba, apareció un nuevo enemigo. Alexander Succar le ganó un duelo a Vílchez, dejó en ridículo a Ramos, provocó un penal, lo anotó y se fue expulsado. Todo en un lapso de cinco minutos. El árbitro -a la altura de su muy venido a menos gremio- no le permitió celebrar (si no se puede gritar un gol en la cancha del rival de toda la vida con hinchada local, mejor que no se juegue al fútbol) y dejó a los cremas con diez, aunque eso no importó: el partido ya estaba definido.

Ni el ingreso de Jefferson ni los cobros sospechosos de Menéndez le dieron vida a Alianza, que murió de un ataque de falta de creatividad y se dejó superar por un equipo que pareció quererlo más. La derrota es dolorosa no solo por el rival, sino porque les da oxígeno a los demás cuadros que pelean el título, y, aunque todavía tiene chances de seguir arriba, el camino parece complicado. La ‘U’, como en silencio, sigue trepando en el Acumulado, luchando por clasificar a la Sudamericana. Pero eso hoy no es relevante. Esta noche el pueblo crema celebrará y marcará otra fecha en el calendario: la de la revancha consumada.