El Atleti necesita un milagro
que no pudo ganar al Qarabag y casi se despide de estar en octavos: tiene que ganar al Roma y Chelsea y que uno de estos dos no gane al equipo azerí.
Los nietos del Wanda Metropolitano ya saben cómo llamar a ese fantasma que sus abuelos del Calderón decían Vojvodina. Ese rival casi desconocido en Europa que fue primer dolor de aquel estadio ahora se llama Qarabag. El Atleti ayer sólo pudo empatarle. La Champions se aleja, se va. Se agarra a los octavos más por un milagro que por la matemática.
Y eso que salió el Atleti a coger el partido por la pechera, a jugarlo desde el primer minuto como si fuera el último. Cada pelota era una carrera a Sehic, verticalísimo, buscando ese gol, la victoria, la tranquilidad. Aunque, de momento, allí sólo se encontraba un muro de piernas negras, azeríes y el balón lo aceleraban las noticias de la radio. Ese goool que llegaba desde Roma. Lo hacía el equipo local. La soga apretaba un poquito más.
No le hizo falta disfrazarse al Qarabag para dar un primer susto de muerte al Atleti. Bastó hacia Oblak para que el estadio se llenara de púas. Cortó Savic. Pero ahí quedaba el miedo. El miedo, ese pase errado de Gabi. El miedo, dejar que el Qarabag tocara y tocara a veinte metros de Oblak. El miedo, el que no le faltó a Sehic cuando se lanzó en un mano a mano ante Gameiro, que no supo si picar o disparar. El balón se lo quedó el portero.
Cada vez que presionaba arriba el Atleti disparaba, pero sólo fogueo. Y necesitaba pólvora ante un equipo atrincherado. Las voleas de Thomas se iban arriba, los cabezazos de Godín también. La cazadora comenzaraba a sobrar en la noche fría de Madrid. Y la radio, maldita, otra vez con malas noticias de Roma. 2-0 al Chelsea ya.
Las púas ya estaban en la garganta cuando Savic evitaba otro gol del Qarabag bajo palos y los nietos de los abuelos del Calderón aprendían a llamar Qarabag a la Vojvodina cuando Thomas cambió el partido para siempre. Griezmann dejó pasar el balón en la frontal y el ghanés lo pateó con el alma, como si esos 70.000 corazones estuviesen en su bota. Fue como una bocina enfurecida que se coló por la escuadra a Sehic, poco antes de que Pedro Henrique le hiciera a Godín una patada ninja y viera la roja. Era el mejor hombre del Qarabag. Durante media hora, el partido fue un asedio rojiblanco. Gabi lo pedía, estaba en todas partes su C de capitán, Griezmann lo templaba, Filipe lo remataba. O era Gaitán. O era Torres. O podía ser el mismo Cholo, con sus brazos al aire, a la afición.