Pepinazo en el Bernabéu
El Madrid no se tomó en serio a un extraordinario Leganés y también se queda sin Copa. Suspenso general y bronca al equipo. Los de Garitano hicieron historia.
Resulta que el Leganés, que no es lo que parece, vino a pasar y no a pasear, gesto que alguien (un alguien colectivo) pasó por el alto en el Madrid. De habérselo tomado en serio, de haber concluido que la Copa puede ser el único consuelo de un mal curso, Ramos no hubiese sido titular, Cristiano o Bale no hubiesen pasado un mal rato en el palco o el equipo no hubiese exagerado su dejación de funciones. Pero el Madrid se creyó clasificado en Butarque y acabó despidiéndole de la Copa un rival con mayúsculas en una noche de sonrojo.
Es incapaz el Madrid de acabar con su volatilidad, ni recupera para la causa (ya sólo le queda una, la Champions) a la mitad de la plantilla menos noble ni el Leganés ofrece la docilidad del Deportivo. No hubo asomo del banquete del domingo, sino la aburrida reunión de un grupo desanimado e inapetente que pretendió quitarse de en medio un partido con el mínimo gasto y que fracasó atronadoramente.
Al otro lado del campo y del mundo se ofreció un Leganés de una pieza, nada cobardón, alejado de las barricadas, presionándole al Madrid hasta el ático. Desde el entrenador, con su alineación atrevida, hasta Beauvue y Amrabat, pareja diabólica en el Bernabéu. No existió otro equipo en la primera mitad. El Madrid desoyó la primera advertencia, un disparó de Beauvue al palo en lanzamiento de falta, y se metió luego en un enredo inexplicable que salpicó a todas las líneas. Asensio, su primer emprendedor, desapareció al primer soplido. Lleva demasiado tiempo sin cantar bingo. Poco más duró Isco, que un día abanderó este equipo y hoy se confunde con el abatimiento general.
Un plan B inexistente
Cuando el Bernabéu cargaba la escopeta, a vuelta del descanso, empató Benzema, tras pase de Lucas, pero antes de que pudiera pestañear, Gabriel, en cabezazo a la salida de un córner, elevó el tono del drama. A esta también llegó tarde Theo.
En aquel estruendo Zidane fue disparando todo lo que le quedaba: Carvajal, Modric, luego Mayoral, lo más parecido al gol que guardaba en la despensa. Y sacó de pista a Isco, al que el público, quizá de modo infundado, veía como solución y quería dentro. Hubo silbidos. Ese último empujón voluntarioso sólo sirvió para darle el papel de superhéroe a Champagne y para ponerse aún más en evidencia. Ahora sí que sólo tiene una bala.