Dejemos los tonos apocalípticos y burlones para los hinchas, los memes y otras variantes de la gratuidad: la derrota que sufrió River ante Al Ain en el Mundial de Clubes tiene lo mismo de sorprendente y dolorosa que de posible en un fútbol de exigencias crecientes.
No se trata, por cierto, de caer en la cómoda opción de separar el mundo entre la gloria y el cadalso.
Que River haya perdido ante un equipo árabe es un impacto de alta escala, un episodio inédito en la historia del fútbol argentino y una profunda herida en la autoestima.
Desde esa perspectiva, inexcusable. Más todavía si se repone que se le había presentado la dichosa oportunidad de volver a ser campeón mundial, acaso ante el mismísimo Real Madrid que atraviesa una crisis de recambio, de identidad, de juego y de resultados.
Sin embargo, así en la vida en general como en el fútbol en particular, a menudo sucede que los terceros ponen más entusiasmo en determinado anhelo que los propios protagonistas del anhelar y del caminar hacia su eventual consumación.
Se ve que la conquista de la Copa Libertadores ante Boca Juniors, por 3-1 en el campo del Santiago Bernabéu, había expresado un límite del deseo y de la tensión competitiva que no se vende ni se compra en las farmacias, que persiste o se diluye, que está o no está.
Eso parecía y eso en efecto quedó plasmado en 120 minutos que se correspondieron con una cierta premisa de la biología: es ley de toda la materia viva llegar a un punto culminante y luego declinar.
Y tanto declinó River que jamás encontró el punto de cocción emocional y hasta dejó una imagen muy pobre en el indicador de la estructura colectiva , todo lo cual sumado a más de la mitad de los jugadores en un nivel rayano a los cuatro puntos vuelve muy difícil llevar a cabo cualquier empresa más o menos seria.
Y Al-Ain, ¿era o no era un rival serio? No y sí, sí y no: la debilidad del fútbol árabe va de suyo, pero también va de suyo que los entrenadores balcánicos no son los más inocentes de la vereda y que no se le gana por portación de camiseta a un adversario ordenado , bien preparado, agrandado y reforzado con el plus de calidad brasileña que personifica un jugador como Caio.
Al-Ain, que ya había hecho seis goles en sus dos partidos por el Mundial de Clubes, no perdería solo, o por lo menos era temerario descontar que perdería solo: había que ganarle… y para ganarle había que ser algo más que encender velas a Rafael Santos Borré, a Franco Armani y a la influencia fantasmagórica de las constancias de vitrinas.
Una célebre sentencia del saber popular advierte que quien siembra vientos, cosechará tempestades, del mismo modo que en el fútbol, en el fútbol de élite, el que pretenda ganar con la sola firma de dar el presente estará condenado a sufrir.
Papelón, lo que se dice papelón, tal vez no, papelón es una palabra demasiado grande, lo cual no cancelará la búsqueda del adjetivo correcto para un River que, ebrio del néctar paladeado en Madrid, ya se había confinado a un papel protocolar, a un envase chico.