Aterrizaje y esperanza
La constitución del Perú obliga al presidente a convertir su discurso de cada 28 de julio en un rendimiento de cuentas. Un mero recuento que muchas veces dice mucho menos de lo que los peruanos necesitamos oír. Pero en tiempos como estos, en los que millones en el país luchan por sobrevivir, por conseguir un poco de oxígeno o comida para su familia, el recuento era más importante que nunca: qué se ha hecho y que se está haciendo. Y también qué se hará.
Lo que vive el país ya no es una crisis: es una gran depresión. Económica, social y moralmente, el Perú está destruido. Necesitábamos, los peruanos, que nos dijeran por qué, y, sobre todo, qué se está haciendo para salir de esto. En ese sentido, el mensaje de Martín Vizcarra supuso un aterrizaje forzoso: se ha hecho lo que se ha podido pero no alcanza. Hemos invertido más que nunca pero aquí estamos. Uno de los países más afectados del mundo.
Lo cual, por supuesto, no es una coincidencia. Nada de esto tiene que ver con la suerte. El Perú es uno de los países más afectados porque era, sencillamente, uno de los países menos preparados del mundo para enfrentar una pandemia. Desde su paupérrimo sistema de salud, hasta su abandonada educación, pasando por las tasas de corrupción más altas del continente, era evidente que esto no acabaría bien. Ni siquiera sabemos, en realidad, si acabará en algún momento.
Pero necesitábamos que el presidente nos lo dijera, y lo hizo. Y también hizo otra cosa: nos dio algo de esperanzas. Las necesitamos más que nunca. Necesitamos que el Estado “aproveche” esta situación e invierta más que nunca en salud y educación. En ese sentido, Vizcarra anunció sumas históricas para esos sectores. Un poco de esperanza para este país que se ahoga.
Necesitábamos también que pusiera el pecho por nuestros profesionales de la salud, por las fuerzas del orden, por los padres que tuvieron que enterrar a sus hijos y por los hijos que tuvieron que enterrar antes de tiempo a sus padres; que nos recordara que también depende de nosotros; que, en efecto, si es que no nos pensamos como un todo, fracasaremos. La historia lo ha demostrado: hemos fracasado y por eso estamos así. Pero las cosas pueden cambiar. Todavía depende de nosotros.
Vizcarra es un tipo pragmático, y, como tal, ha sabido, sin demasiados aspavientos, llevarnos un poco de la mano en este infernal proceso. Su discurso fue la muestra de su estilo de gestión, con promesas que seguramente cumplirá y un relato de realidad que se condice con ella, algo tan escaso en estos tiempos de Bolsonaros y Trumps, de posverdad e incertidumbre.