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La blanquirroja sí se mancha

Actualizado a

Que la política y el fútbol no pueden mezclarse es una de las más grandes mentiras que rodean a nuestro querido deporte. La política y el fútbol -y el deporte en general- siempre han convivido: innumerables líderes políticos y militares han entendido, a lo largo de la historia, que, como fenómeno de masas, el deporte tiene un poder de movilización inconmensurable.

Que, por otro lado, se utilice a futbolistas para engañar a la población y pedirle que vote por una candidatura política claramente manchada por la corrupción y el crimen organizado, no tiene perdón. Lo que ha sucedido hoy en el Perú es un papelón histórico. Once jugadores de la selección han publicado videos -evidentemente organizados por la campaña de Keiko Fujimori- señalando que "hay que votar por la democracia" y en contra del "comunismo" que supuestamente representa la candidatura de Pedro Castillo, rival de Fujimori en la segunda vuelta presidencial en el país.

Es importante ir por partes. En primer lugar, Keiko es la hija de Alberto, el último dictador que gobernó el Perú. Alberto Fujimori actualmente está en la cárcel, después de haber sido condenado por delitos de lesa humanidad (asesinato y secuestro) además de otros relacionados a la corrupción sistemática de su gobierno, que tuvo lugar entre 1990 y el 2000. Keiko, que se presenta por tercera vez a la presidencia, ha prometido liberar a su padre, por más que los tratados internacionales lo prohiben.

La hija de Alberto ha sido acusada por la Fiscalía de la Nación por lavado de activos, crimen organizado, obstrucción a la justicia y falsa declaración, por lo que el Ministerio Público pide 30 años de prisión para la lidereza de Fuerza Popular. Los futbolistas no han salido a defender una postura política: han salido a defender a la potencial lidereza de una organización criminal, como sostiene José Domingo Pérez, el fiscal que lidera la investigación a la candidata.

En frente, Fujimori tiene a Pedro Castillo, un maestro de escuela pública con ideas asociadas a la izquierda más conservadora y cuyo partido, Perú Libre, tiene como secretario general a Vladimir Cerrón, condenado por corrupción. Desde que Castillo pasó sorpresivamente a la segunda vuelta, los medios más conservadores -la gran mayoría de medios, en realidad- se han dedicado a realizar una furiosa campaña en contra de él y a favor de Fujimori, tachando de "comunistas" las propuestas del candidato.

Si algo está claro en esta polarizante segunda vuelta presidencial es que Pedro Castillo no es comunista. El comunismo dejó de existir en el Perú -y en casi todo el mundo, en realidad- hace varias décadas. Que no se me malentienda: el temor a sus medidas económicas y a su conservadurismo radical es totalmente justificable. Lo que no lo es es que los medios -y ahora, los jugadores de la selección- aterroricen a una población suficientemente aterrorizada ya por la pandemia con los fantasmas de algo que no existe.

Este oscuro capítulo de la selección peruana no será fácil de olvidar y, muy probablemente, termine saliéndole por la culata a la candidatura que lo ha propiciado y a los futbolistas que lo han protagonizado. El antifujimorismo es posiblemente la fuerza política más importante del país, lo que explica que Keiko Fujimori haya perdido las elecciones ante Ollanta Humala y Pedro Pablo Kuczynski, dos candidatos radicalmente distintos cuyo único rasgo común es que no se apellidan Fujimori.

Duele ver a Edison Flores, uno de los jugadores más queridos de la generación que llevó a la selección peruana de fútbol a un mundial después de 36 años, y a muchos de sus compañeros, sometiéndose a una campaña burda y desestabilizadora en favor de una candidatura tan polémica, por decir lo menos. Sobre todo porque no dijeron nada cuando la Policía asesinó a dos manifestantes contra el golpe de estado propiciado por Manuel Merino -en complicidad con la bancada de Fuerza Popular- en noviembre del año pasado. 

Es posible que ni Flores ni Advíncula ni Trauco ni Gallese tengan clara, todavía, la magnitud del papelón que han protagonizado y cómo han tirado por la borda ese prestigio y cariño que se habían ganado a punta de esfuerzo. La historia los pondrá en su lugar.