Una brecha irreductible
En algunas ocasiones, el fútbol se nutre de historias de gestas, de Davides que superan a Goliat, de cuentos que le devuelven ese romanticismo que parece estar en vías de extinción. Lamentablemente, esas historias son las menos: justamente en esa poca frecuencia está el encanto. La mayor parte de las veces, gana Goliat, mete más goles el equipo que tiene los mejores jugadores, un mayor presupuesto, una jerarquía superior: pierden los chicos y celebran los grandes.
Lo que espera el fútbol peruano de sus protagonistas -incluyendo a la selección- son precisamente estas gestas. Esfuerzos heroicos, desafíos a la racionalidad, batacazos del destino. El problema es que uno no puede ser un héroe todos los años. Lo que necesitan los equipos peruanos es ponerse al nivel de los mejores del continente. A nivel de preparación, de infraestructura, de profesionalización. En ese sentido, hay una brecha de momento irreductible, inmensa, entre el Perú y la gran mayoría de sus vecinos.
Eso volvió a ponerse de manifiesto esta noche en el partido entre Cristal y Peñarol. Dos equipos que solo tenían en común el hecho de compartir la misma instancia de un torneo continental. Por lo demás, se trata de dos instituciones que compiten en niveles distintos, con una calidad incomparable. Así Mosquera hubiera colocado otros jugadores u otro sistema de juego, el resultado probablemente habría sido el mismo: en estas condiciones, es casi imposible competir.
Esta noche le tocó a Cristal en la Sudamericana, pero hace algunos meses le pasó en la Libertadores, lo mismo que a Universitario, y ni qué decir de los equipos que no consiguieron clasificar a torneos continentales: sin ningún temor a equivocarme, los resultados hubieran sido iguales o peores.
La aparentemente insalvable distancia entre los equipos peruanos y los uruguayos, colombianos, argentinos, brasileños, ecuatorianos y chilenos no es, por supuesto, la única forma de explicar el pésimo resultado de esta noche ni los anteriores. Se tiene que hablar de malos planteamientos desde el punto de vista táctico, de errores individuales y demás.
Pero lo más maduro, a estas alturas, me parece mirar la estructura y no la coyuntura, la imagen panorámica y no la pequeña escena que se repite una y otra vez: una vez que se solucione todo eso, quizás podamos empezar a competir. De lo contrario, seguiremos buscando héroes cuando lo que necesitamos son proyectos; seguiremos aferrados a la épica cuando lo que en el fondo queremos son aburridas historias de aventuras que empiezan bien y terminan mejor.