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SELECCIÓN PERUANA

Ricardo Gareca ya es historia viva del fútbol peruano

El técnico argentino ha logrado romper la pésima racha aquejaba a Perú desde la década de los ochentas y llenar de confianza a un país que, antes de su llegada, lucía desahuciado.

Ricardo Gareca ya es historia viva del fútbol peruano
Wagner MeierGetty Images

Siempre se dijo, sobre todo a partir de los terroríficos años ochenta, que el problema de los futbolistas peruanos era su mentalidad, porque el talento sobraba. Frases como “jugamos como nunca y perdimos como siempre” se fueron volviendo lemas de un par de generaciones frustradas por la derrota constante, generalizada. Era normal perder al último minuto, comerse goleadas frente a cualquier equipo importante, que se lesionaran las figuras antes del partido clave. Y todo, suponíamos, tenía que ver con la bendita mentalidad. Porque la calidad siempre había estado allí.

Cuando asumió el cargo de seleccionador de Perú, en el 2015, Ricardo Gareca no prometió éxitos ni elogió –como algunos de sus predecesores- el infinito talento del jugador peruano. Ciertamente destacó algunas de sus cualidades, pero básicamente prometió trabajo y esfuerzo, algo que fue mostrando a lo largo de su exitosa experiencia con la blanquirroja.

Lo que mejor hizo Gareca fue elegir a los jugadores indicados para poner en marcha su plan: armar un grupo sólido, armonioso, que pueda transmitir esa armonía en el campo. Algo muy difícil de conseguir, sobre todo teniendo en cuenta el pasado reciente de la selección, oscuro y frustrante, por decir lo menos. El argentino juntó a jugadores jóvenes con algunos más experimentados, construyó una defensa sólida y un ataque dinámico, y ayudó a engrandecer la leyenda de Paolo Guerrero.

Y como la historia se construye, Perú, con un buen trabajo dentro del campo, fue creando una mentalidad ganadora que había desaparecido en 1982, cuando la selección se fue de España por la puerta trasera. La Copa América de Chile, en la que se consiguió el tercer lugar, fue un gran inicio, un torneo que le sirvió al cuerpo técnico para sacar conclusiones y, al grupo, para ganar confianza. Aún después de un inicio dubitativo en las eliminatorias, estaba claro que la actitud de los jugadores era diferente.

No era solo cuestión de garra. Era confianza. De verdad, como nunca antes, creían que podían ganarle a cualquiera. Y así pasó. Ganaron en Asunción, en Quito, le voltearon un partido trascendental a Uruguay en Lima, empataron en la Bombonera, y de pronto a Nueva Zelanda, y de la nada, como por arte de magia, al Mundial. 36 años después. Historia.

Pero no había nada de mágico. Eran un hombre y un grupo de chicos cumpliendo una promesa: trabajar para ganar. El talento, que siempre había estado ahí, necesitaba ser bien dirigido, con criterio y sensatez. Las emociones necesitaban estar bien dosificadas, medidas, y la mesura de un tipo como Gareca fue indispensable para alcanzar el éxito. Y también había que tener un poco de suerte, como cuando Bolivia decidió inscribir a un jugador de otra nacionalidad frente a Perú y terminó perdiendo en mesa un partido que había ganado en La Paz.

La confianza de siempre

Aún después del relativo fracaso que supuso salir eliminados en primera fase de Rusia, Gareca mantuvo el discurso: los jugadores siguen siendo buenos, el grupo está unido, hay un equipo que sabe a lo que juega y hay que trabajar con paciencia y confianza. La selección no arrancó bien la Copa de Brasil en la primera ronda, en cierta medida porque el técnico quiso cambiar lo que le funcionó en las eliminatorias. El mejor partido que hizo Perú –hasta hoy, por supuesto- fue el que planteó en cuartos de final, con su viejo 4-2-3-1 y los mismos protagonistas del mundial.

Ese equipo se conoce de memoria y, una vez que la recuperó, volvió a confiar. Y ese es un gran mérito del técnico, porque antes de Uruguay hubo un 0-5 con baile incluido de los brasileños, del que la bicolor se supo recuperar solo unas horas después. Los cinco penales anotados a Muslera fueron claves, y el extraordinario arranque frente a Chile, anoche, también. Gareca ha logrado que un mismo grupo de jugadores –algunos en el ocaso de sus carreras, como Paolo, y otros con un lindo futuro por delante, como Flores- consigan romper rachas negativas de más de tres décadas. Desde 1975 que Perú no disputaba una final de Copa América. En aquella ocasión, la ganó.

Ricardo Gareca ya es una leyenda del fútbol peruano. Podría renunciar el lunes, sin importar lo que pase frente a Brasil en la final, y sería recordado como un héroe nacional. Él y la afición peruana se merecen coronar todo esto con un trofeo. O, mejor aún, con un Maracanazo.